miércoles, 29 de julio de 2009

Las burbujas del champagne y del mar que hacia arriba van

-No me gustan mis ojos, Mar
-¿Por qué?
-Porque te reconoces única al mirarlos
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Champagne

Aún era difícil sentirse lejos de la costa pero ella seguía intentando calentar sus manos al sol en la proa del yate que cada vez se hacía más pequeño por cierta presencia que no dejaba espacio para esconderse o disimular el rostro azorado. Los bocaditos seguían ahí, pero ella prefería aún mostrar su espalda fuerte, gruesa, ancha, de señora.
Tu espalda tiene presencia le habían dicho hace unos días. A pesar del calor y de que todos andaban en ropas ligeras muy de acuerdo a las circunstancias, ella seguía con un aburrido polo manga corta mirando hacia el mar y su sombra quisquillosa en el mar. Era feliz. Estaba feliz. Todo había resultado bien, su cabello oscuro flameante por el aire la despertaba del recuerdo de su duro camino, del recuerdo de su alma vieja manifiesta en la palma de su mano derecha; la traía de vuelta al momento aquel latigazo conjunto y volátil.
Eran amigos los demás que pisaban la plataforma sobre la que se navegaba sobre el mar, a ella le gustan los detalles mínimos que te hagan dar cuenta de tu existencia, por eso te ponía el día en un azul pleno. El sol para que te asombres del amarillo reluciente, y la transparencia aparente del aire e incluso del agua marina. Navegar puede ser lo mismo que flotar.
-¿Ya podemos servir el alcohol?
-Claro…
-¡Salud por nuestra querida amiga!
-Déjala, no quiere hacer nada hasta no sentirse fuera de "tierra a la vista" jajaja...
-Después le contamos del bautizo del botecito
-Estaba buena esa botella de champagne que no quería romperse!

Cuando ella llegó al yate ya todos la estaban esperando arriba para zarpar inmediatamente. Él salió mucho después con la bandeja repleta de bocaditos exquisitos, alcachofas, camarones, sashimi, sushi. Fue entonces cuando la había visto de espaldas; luego, voltear un rato para entender el reciente barullo y sonreír con su cara de niño. Pero no correr de inmediato tras la novedad de la comida y el brindis. Es un niño observador, pensó, un tanto temeroso. El resto se acercó contento y entusiasmado dejando la imagen radiante en la baranda del bote. ¿Acercarse a ofrecerle algo personalmente, así, sin que se la hayan presentado? ¿O felicitarla por lo que sabía había pasado, sin conocerla, y era el motivo de su presencia misma?

Se le adelantaron, una amiga, la mayor, la anfitriona. Le llevó un bocado de alcachofa. Como se esperaba fue casi repelida de inmediato, su energía era así, cómodamente solitaria. Entonces volteó para hacer de su degustación todo un espectáculo, poco a poco los mordiscos pequeños y luego los dedos chupados. No era inocente tal acto que pudo acorazarse tras su espalda. Era una señal que aún no se atrevía a dirigir los ojos. Él no dejaba de observarla en ningún momento, si ella no se acercaba al grupo era porque él en cierta forma se lo impedía. En el espejo del baño pudo ver que el brillo de sus propios gestos también era evidente.

Mientras tanto yo soñaba, tendida boca abajo en mi cama, con los brazos hacia arriba dormía como un bebé muy profundamente. Apenas me eché, dormí, así estaba de cansada de todo. Ella me había acompañado a mi cuarto para hacer allí el trabajo, pero se fue para dejarme dormir sin que yo le diga nada. Seguro me vio dormida de un momento a otro y ya no quiso despertarme. Quiso trabajar conmigo pero yo me quedé dormida. Y yo soñaba con él, con que me había dicho que yo era su bebé. Era feliz en mi sueño, me daba miedo su extrema seguridad pero lo admiraba. Me sentía suya, el cuerpo ya explorado y hecho su territorio, ya conectados nuestros caminos y nuestras voluntades. Las palabras siempre estaban demás si él estaba ahí, mirándome y sacudiéndome para que yo saliera del pánico de verme descubierta, de que abran la puerta, de que me vean… Me limpiaba los ojos húmedos después.



-¿Sabes qué número de amante eres para mí?
-No me lo digas, no me interesa
-El último… Oye, soy feliz

Él suspiró, cobró su verdadera fragilidad; ella había podido llegar a ese punto, hacerle cosquillas divertidas en la dureza de su espíritu.

-Pareces un niño, tienes todos los gestos de un niño, mongolita
-¿Te casarás conmigo cierto?
-Mira, si esto se pone serio y se formaliza lo de nosotros, me caso contigo

No puedo seguir durmiendo, me sacudo entre las sábanas, he lavado toda mi ropa, he ordenado mi escritorio… ¿por qué te fuiste? ¡No te vayas! Has dejado tu hálito en mi cuarto sólo porque me quedé dormida, ¿Y ahora qué haces?... Le pregunto a mis padres y me dicen que los has convencido, le pregunto a mi hermano y me dice que lo convenciste, la gente de la universidad me responde lo mismo… en toda la ciudad no se habla de otra cosa y te veo por la televisión con tu destellante color prismático de pez del mar, mar que siempre fue tu puente para bajar del cielo a la tierra…

Corro detrás de ti, acelerada y no sé qué haré si te encuentro, o preguntarte o reclamarte o adorarte más en los altares de las copas rotas de Champagne, donde ya queda sólo una copa porque las otras dos se han roto, o mejor dicho, han terminado de romperse. ¿De qué has convencido a todos, qué te celebran en el yate navegando sobre el mar?

Está cada vez más lejos de la costa. Y él ya en su vida después de treinta segundos que sentenciaron el resto de su vida al mirarse a los ojos por primera vez cuando él salió del baño. No sé cómo llegaron a conocerse ni a entregarse, tal vez ella le susurró al oído “hay cosas más sublimes que pueden hacerse con un cuerpo desnudo”, y él vio que la magia existía desde sus puños al acariciarla. Con la violencia sutil de un ave que despega de un circuito en llamas, del fuego de una fogata. Amándose siempre, pluma y sesos, lo que se consume en cenizas y lo que permanece para siempre en el vuelo del aire. Nadie puede hacer nada contra eso.

Llegué corriendo, por si acaso. Cuando estuve donde debía el barco ya había partido, llevándoselos directo al sol del cielo, arriba, a fundirse para permanecer.