viernes, 8 de octubre de 2010

Dormir soltera y amanecer madre

Siempre sucede cuando esta a punto de despertar, cuando sale de su cuarto caminando con su bata larga y blanca heredada de su madre. En esta ocasión encontró su estomago hinchado como una chocoteja, ovalado verticalmente, y mientras bajaba las escaleras redescubriendo su inusual anatomia abdominal con las manos sobre el bulto observó que éste empezaba a dar pequeños golpecitos de adentro hacia afuera estirando la piel de chocolate como si fuera de hule, acomodando sus piernecitas, sus brazitos y su cabeza para poder salir por el orificio de abajo. Entonces comprendio que, nuevamente, estaba a punto de dar a luz.

-Mamaaaaaá, mamaaaá, ya es hora, llama a la ambulancia...
-¿Qué?¿Ya?¿Tan pronto?¿Y ahora?

En la cara angustiosa de la madre se notaba su preocupación, no por el innegable acontecimiento que cambiaría sus vidas para siempre, sino por todo el trámite y el trajineo que el acontecimiento involucraba: hospital, ambulancia, familiares, costos, ropa, higiene... todo por un recién nacido...

-Ya no hay tiempo mamá, ahorita, ayúdame a recostarme en el sillón
-¿Qué, ya?
-Al toque no más, mañana tengo que ir a trabajar

Y empezó el trabajo de parto. Las piernas se colocaron sobre los brazos del sillón, la bata se alzó sobre el vientre hinchado, se colocaron cojines bajo la espalda, la chocoteja iba derritiéndose poco a poco sumada a los sudores de la necesaria respiración. En un momento salió algo rojo, mojado, cuaguloso, con los brazitos como alitas de pollo y las piernitas torcidas, el rostro y la cabeza parecían de un cíclope con dos ojos. La nueva madre lo recogió en sus manos mientras la antigua traia los mantos blancos donde envolverlo.

-¡Qué es esto! ¡Parece un monstruo! Y yo que no quería tener hijos me mandan justo lo que más aborresco, un retrasado, un enfermo... ¡He parido un monstruo!

LLegaron las mantas y el recién nacido fue envuelto en ellas mientras su madre iba resignándose poco a poco. Se puso de pie dejando el ambiente sangriento en manos de la abuela; avanzaba de regreso a los interiores de la casa cuando volteó para observar por última vez el nuevo ajetreo de limpieza, al volver a poner los ojos en la faz de su hijo, éste se había convertido en un ser felino de ojos abiertos enormes que miraban fijos, tez de color prismático y un par de bigotes en el hocico plano como si se tratara de un dibujo, unos bigotes de bagre.

-Al menos ahora es un gato...

Fue subiendo escaleras arriba, bata blanca y sandalias, a disfrutar de su nuevo tesoro por lo que restaba del día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tunque