Esta vez no quiero hablar de las ratas. Aunque habían muchas. Los policías fueron a rescatar a los dos jóvenes que se resistían a matarlas, que las habían criado como si fueran bebés, que las dejaban reproducirse inundado toda su casa; cuando los policías fueron al alcantarillado a auxiliarlos, porque los adolescentes, chico y chica, estaban tan inundados de ratas que habían decidido abandonarlas en el desagüe, encontraron a la mayoría de los roedores flotando en las aguas turbias que navegaban con dirección al oeste, y a los dos chicos, cada uno con un canasto sobre el regazo. Dentro del canasto sobresalía el rumor de unas mantas de tela cálida de bebé; y por entre las telas, los pericotes más chiquitos, con ojitos de pepitas de uva, ¿quién se atrevería a hacerles algo?
Pero no de las ratas, mejor del mar, mejor de un domingo que empieza a ser primaveral y tibio. Hablemos de las ratas del cielo: un palomo gigante que se pudo observar desde la ventana del Hospital París, donde un par de seres fue a lamerse ciertas heridas interiores. Así ocurre en este hospital, es un centro médico que cura fracturas emocionales, corazones rotos, compromisos deshechos, almas desgarradas. Hace un buen trabajo aunque solo cuenta con una cama, una cómoda y un baño. Y muchas palabras de consuelo.
Entre esas palabras encontramos a “una linda-mujer-chiquita” que escribía todos los domingos sobre la pista “Ese Frank existe”, con una tiza azul. Pensó en escribir sobre las paredes de los edificios grandes, sobre el cielo también azul, sobre los muros de las iglesias, repetida mil veces enorme y brillante por toda la ciudad para que el dueño de la frase la encontrara de una vez y se la guardara para siempre en el bolsillo. Pero no, no lo hizo, se decidió, casi como siempre, por el “no-hacer-nada”.
Nos fuimos de pesca. ¿Nos fuimos de pesca? ¿Quiénes? La orilla era un mar transparente y los gusanos salían de la arena obsequiándose como carnada. A la derecha se ofrecía el piso largo de un muelle cuyo final no llegábamos a distinguir por su altura desembocada hacia el mar. Y a nuestra espalda su continuación o su inicio, lo que nos servía del muelle para darnos sombra. Los peces también se regalaban a nosotros que éramos un padre, un hijo niño y una hija adolescente. Había sonrisas ligeras pero sobretodo silencio y rumor de mar translúcido en el que se podía observar con la claridad de una hermosa luz cómo los peces ansiaban una mirada. La niña o adolescente, trece años tenía, estaba incómoda, miraba al padre aún joven y ya meditabundo, a su hermano aún niño y regordete pisando torpemente la arena; se miraba a ella misma, sus piernas blancas, su short, sus brazos, el juego único de introducir el gusano en el anzuelo. De la madre nunca se supo… Ellos parecían ser el sueño de una madre equívoca.
Tan equívoca y reticente que mientras escuchaba un recital de piano se sintió viajar dentro del cuerpo de un pez de escamas prismáticas, que reflejaban la luz en multicolores. Luego de atravesar el interior vacío y las costillas asalmonadas, salió del pez por la puerta trasera hecha de madera y se encontró en un mundo completamente blanco. Sin piso, sin techo, sin fondo, sin ningún plano. Era el universo del papel en blanco o de la tabula rasa. Y ella cabía dentro. La orientación no era necesaria, pero tentando la explicación de aquella nada, una fatalidad se le hundió en medio de la frente como un flechazo inicuo de pulsión: acaso no volver a amar.
Ya era demasiado tarde: ella ya yacía desnuda dentro del capullo de un tulipán rosa, flor que había surgido de la nada para cobijarla en medio de ese mundo blanco, cobijar su piel envuelta como un feto, su cabello largo, sus ojos cerrados. Un capullo que se iba cerrando en medio de una luz blanca y rosada, pétalo tras pétalo hasta desaparecerla.
Ya era demasiado tarde: cuando los policías recogieron los canastos con los pericotes y sacaron a los muchachos del alcantarillado, la chica, de tan solo trece años, se desmayó después de decirle lo siento lo siento, al muchacho. Cerró sus ojos al caer para nunca más volver a abrirlos. Su pelo castaño estaba pegado a su frente y a sus mejillas por el sudor. Él, que tan solo había querido tener una causa, un motivo, una razón junto a ella, cerró los puños para no llorar.
Pero mejor del mar, mejor del azul que no es el azul de la tiza sino del mar, y mil veces más del mar, azul que es rosa, azul que es blanco, azul que flota como la libertad.
esta podria ser para las ratas
SOY UN INTERNADO - WARRIOR
esta podria ser para el tulipan rosiblanco
AY ESTE AZUL - MERCEDES SOSA
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verd...
Hace 13 horas
2 comentarios:
http://www.youtube.com/watch?v=-UKdX9fW9o8
"nena tendría que agarrarte de los pelos y arrastrarte hasta las puertas del cielo, y que veas que no hay un viejo bueno esperando para darte consuelo... nena que fueras la primera que supiera que frío puede hacer en primavera; que bajemos al infierno tan caliente y tan prohibido y que veas que no es nda divertido; nena no te quiero asustar, pero si no es para los dos, ningún lugar te va a gustar"
mmmmmmmmmmmmm
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