martes, 19 de abril de 2011

No sé por qué pero te veo muerta

Dentro del mar oscuro de los párpados cerrados comenzaron a brotar miles de lucecitas traviesas que se apagaban y se prendían desparramadas por todo ese espacio interior. ¿Cuántos años tendrán ahí escondidas? ¡Sin haber querido salir hasta el día de hoy! ¡Qué será lo que ha provocado que despierten! Había ojos de rata contra ojos de búfalo. Había un corazón de tigre enamorado de dragones. Pero no, esos ojos de rata no eran de rata específicamente, sólo eran jalados hacia afuera, dos flechas que querían salir del rostro y no ser ojos, o al menos ser ciegos, derretirse con limón y sal como se vio en una película.


Por eso los parpados se cerraron: para no ver más, para voltear la cara, para no reconocer un deseo.


Las lucecitas seguían intermitentes mientras se viajaba de noche por caminos con acantilados ruidosos. El ruido de la camioneta era un agregado. Dos desconocidos dormían uno al lado del otro, pero solo uno de ellos conocía las juguetonas niñas de los párpados de adentro. Tengo mucha piel. Tengo una piel que tú has visto atractiva hasta en mis más desordenados días de tener que vestirse para salir. Odio salir. Quiero estar desnuda dentro de mi habitación todo el día. Quiero quedarme adentro siempre. Sola como ahora. Si no es contigo, sola.


Este es un viaje largo y en algún momento te atreviste a sentarte a mi costado mientras dormía. A través de los fragmentos nacarados que me permiten percibir la luz distingo tu hermosa sombra, la ideal silueta que forma tu cuerpo. Me coge la quijada, me susurra cosas que me resisto a creer.


“No sé por qué pero te veo muerta. ¿He venido a arruinar tu felicidad así como tú arruinaste mi paz? ¡No, no, no! Es lo menos que quiero hacer, sólo no mires hacia abajo, basta con que creas que nunca existió el camino donde nos encontrábamos.”


El sol ya brillaba feliz, eran los últimos días para el verano. La camioneta hizo una pequeña parada en un pueblo llamado Cruzpata, en Huancavelica, rodeado de acantilados verdes y un riachuelo. El par de desconocidos salió a reponerse del viaje, estirar las piernas, insistir en no mirarse. La inmensidad del aire es aquí tan pura, tendrías que venir un día y conocer la cabaña donde nació mi padre. Tal vez un día regrese aquí para morir. Hablo de mí, si no puedo estar desnuda al menos vestiré faldas día y noche. Me miraré en un espejo y recordaré minuto tras minutos este extraño día en que te siento atrás, volteo y ya no estás.


“¿Crees que basta un poco de sangre para acceder al misterio? He dibujado una gata en tres trazos para ti, muñeca. Tiene cartera y tus senos pequeños, disfrútala.”


Otra vez los párpados cerrados y la lucecitas, puntitos que hincan como agujas, que abren la mente hacia presagios de inmensidad, extensa, amplia, así soy, es normal: todos los desvaríos ocurren en ese mar oscuro con estrellas intangibles.


La siesta dentro de la camioneta nuevamente en marcha había durado mucho después del almuerzo, pero se detuvo justo antes que el conductor perdiera el control de los frenos y la camioneta se precipitará hacia abajo entre los gritos y las miradas intensas de ambos desconocidos.


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Una larga noche, de Chabuca Granda, lo máximo!!!

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