domingo, 16 de octubre de 2011

CARTA AL AMIGO PUQUIANO

CRÓNICA DE UN RECORRIDO POR LA RUTA ARGUEDAS o de cómo conocimos a su amigo Demetrio Ramírez.

“No olvido los formidables días que pasamos juntos en esa nuestra santa tierra, cuando me auxiliaste a hacer el estudio de la Sequia”, así comienza la carta que José María Arguedas mandara el 20 de octubre de 1966 a su amigo puquiano Demetrio Ramírez. Un hombre que a sus 90 años tampoco olvida; al contrario, los recuerdos del amauta aparecen tan vívidos en su memoria como los de aquel día en que, por primera vez, un automóvil surgía por la reciente inaugurada carretera del pueblo ayacuchano de Puquio.

Los indios comuneros puquianos construyeron 150 km de carretera en tan solo 28 días; mientras Arguedas se convertía en testigo clave de esa fuerza desplegada, Don Demetrio, a sus cinco años, se escapaba del patio de su casa para ver la maravilla de marca Hudson, color plomo, cuya bocina sonaba como un burro: "¡qué feria ni feria!, ¡qué fiesta ni fiesta!, ¡eso era gente!". El pueblo entero observaba el automóvil entre empujones.

Conocimos a Don Demetrio Ramírez en Puquio, pero nuestro itinerario arguediano comenzó antes. Fuimos tres los sanmarquinos interesados en recoger parte de los pasos de Arguedas por la sierra central: Gustavo Gutiérrez, comunicador social, Sergio Ccencho y María Inés Vargas, de literatura. Nos conocimos en el Teatro Universitario hace algunos años y compartimos el interés por la obra de Arguedas, al punto que hace poco se realizó, junto a otros compañeros, un performance denominado Kachkaniraqmi, basado íntegramente en sus textos. Kachkaniraqmi se presentó en La Casa de la Literatura, al inaugurarse la exposición por el centenario del natalicio de Arguedas.

Puede convertirse en un estimable circuito cultural lo que llegamos a denominar “ruta Arguedas”. Ya nos habíamos informado que en San Juan, el pueblito donde el amauta vivió de niño, era muy difícil encontrar un hospedaje o transporte; por ello, la parada debía ser en el distrito de Lucanas. Allí alquilaríamos un taxi, pero ¿dejar nuestras cosas en el auto mientras bajamos a reconocer los escenarios del cuento "Agua"? Nos habían informado, también, que no habría ningún peligro pues en dichos pueblos ayacuchanos, a pesar de la violencia vivida, no hay maldad o, en palabras arguedianas, no hay rabia en los corazones. Contratamos a Virgilio, un excelente taxista-guía que nos llevó en su auto hasta las profundidades infernales del cerro Chitulla. Sí, Virgilio fue nuestra Beatriz.

Y nuestro mejor mapa, el cuento “Agua” de Arguedas:

"— ¿Y Chitulla? A su barriga seguro entran cuatro Kanraras.

Los indios miraban a uno y otro cerro, los comparaban, serios, como si estuvieran viendo a dos hombres (…) Las quebradas de Viseca y Ak’ola contestaban desde lejos el relincho de los comuneros.

—Viseca grita más fuerte.

— ¡Claro pues! Viseca es quebrada padre; el tayta Chitulla es su patrón; de Ak’ola es Kanrara nomás.”

No es exagerado lo de “profundidades infernales”. Al pie del cerro Chitulla hay socavones de una antigua mina; el cerro, receloso de los tesoros extraídos por hombres desagradecidos, ha hecho morir a varios con convulsiones y emanando sangre por la boca. Para acercarnos con respeto, nos aconsejaron ofrecer un tinkachu o pagapu. Fue lo primero que hicimos al llegar a la Hacienda de Viseca, ubicada a orillas del río Viseca y al pie del Chitulla. En sus tobillos –es una montaña imponente–, le ofrecimos vino, hojitas de coca y cigarros.

Hay iniciativas municipales para poner en valor la Hacienda de Viseca. Ahora luce abandonado este lugar donde Arguedas se iba a jugar de niño. Virgilio nos explicó que el techo de una de las habitaciones se ha reconstruido hace poco, que la total reconstrucción y la apertura de la hacienda como una casa-museo es algo que él espera pues le han pedido hacer esta ruta ya varias veces. Recorrimos el pueblo minero de Uteq, que Arguedas cariñosamente llama Uteqpampita, y luego el morro de Santa Bárbara, ahí donde al final del cuento “Agua” el niño Ernesto grita, mirando al tayta Chitulla: “¡que se mueran los principales de todas partes!”.

Ya en San Juan, nos dirigimos a la casa de la madrastra. El dueño nos explicó: "Arguedas vivió aquí pero esta no es su casa". Sin embargo, el patio está adornado con motivos del centenario. El dueño ha recibido visitas hasta de japoneses, y el interés que tiene la casa lo ha impulsado a conservar ese patio aunque no cuente con ningún apoyo municipal. El pueblito de San Juan luce tranquilo y apocado, tal vez como lo retrata Arguedas en su cuento “Agua”, con el mismo revestimiento interior aunque las columnas de la plaza se hayan derribado hace años.




Antes de despedirse, Virgilio nos dejó en el paraíso: Puquio. No porque sea el lugar más modernizado, sino por la vivacidad pacífica de las personas y, sobretodo, porque allí conocimos más de Arguedas que muros, patios, ríos o montañas: su gente. Para empezar, la entrañable amabilidad de Don Demetrio Ramírez sumada a la de sus hijos Raúl y Serafín, quienes después de contarnos sobre Arguedas y mostrarnos la carta, refrescaron nuestras gargantas con el licor dulce de la cerveza y la amistad. Don Demetrio nos contó que tenía un montón de cartas y postales de Arguedas, pero que en los años de conflicto los tuvo que quemar para no ser sorprendido con ellas en el “rastreo”, ser apresado, despojado de sus hijos y tal vez desaparecido. La carta que nos mostró fue la única sobreviviente. En ella, Arguedas solicita a su amigo puquiano albergar a los doctores franceses Chevallier y Piel, quienes estudiarán los despojos de tierras que los mistis ejecutaron a los comuneros para conformar las grandes haciendas, a inicios del siglo XX.

La fuerza y la generosidad están en Puquio, tal como lo señalara Arguedas, a pesar de los muchos años transcurridos. ¿Cómo llegamos a Don Demetrio? Gracias a la gente. La muchacha que nos vendió los pasajes a Andahuaylas (donde teníamos nuestro próximo destino), nos presentó a un profesor quien a su vez nos habló de Don Demetrio; la muchacha llamó a alguien por teléfono y luego dijo "sí está en su casa, visítenlo".

La cordialidad, sin embargo, no exime a los puquianos de un mea culpa al no recordar los huaynos antiguos que Arguedas grabó. En la Peña Kuyayqy Puquio sucedió así cuando pedimos que tocaran alguno de esos huaynos, el maestro de ceremonias declaró el mea culpa: “Y nos preguntan muchos temas de José María Arguedas, pero hay cositas que nosotros, a pesar que somos puquianos, no lo sabemos, hay una incógnita interesante que vamos a tener que estudiarlo.”

Puquio fue el paraíso porque, además, logramos vivir en carne propia la Fiesta del Agua o de la Sequia, la fiesta que Arguedas contempló. El ritual de los auquis o sacerdotes, los juegos escénicos de los llamichas con los negritos, la destreza de los danzantes de tijera, el vigor de los músicos y las melodías del violín y del arpa, el baile de los hombres y mujeres haciendo retumbar el suelo del mundo. Arguedas, ¿el telúrico?, no; Arguedas el que conoció el valor de la vida original.







No sería descabellado institucionalizar una “ruta Arguedas” que pase la segunda semana de setiembre por Puquio, para que el visitante disfrute y aprecie la cultura andina en su más íntima expresión. Una ruta que luego pase por Abancay o vaya hasta Andahuaylas, como hicimos nosotros. En este último destino asistimos a la Feria de Andahuaylas, que abre los domingos y es la más grande del sur del Perú. Luego, dos hitos nos esperaban: la tumba y la Casa Arguedas. La municipalidad de Andahuaylas es la que más se ha preocupado por establecer el paso arguediano; la tumba yace en un complejo monumental ubicado en el centro de la ciudad y la Casa Arguedas ya se institucionalizó, entre otras dos que dicen también haber albergado al amauta. En aquella casa vivió hasta los dos años de edad, se presume, antes de irse donde la madrastra, en San Juan. Después de un emotivo encuentro con sus restos –y de aseverar con nuestra llegada lo señalado en el epígrafe: Llaqtaypiñam Kachkani–, la Casa Arguedas fue nuestro último lugar de visita; llegar ahí significó el fin de nuestra ruta pero también un retorno a lo que fue su punto de partida, un preciado retorno, cien años después.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente querida Tunque, por un momento crei que estaba leyendo wikipedia jajaja. No lo sé, me he vuelto un vampiro creo, y es que este tema no me pareció tan interesante como hablar sobre el origen de cristianismo, por ejemplo. Sí, ya sé,me voy a disparar. Bam! Listo, estoy muerta.