Ella está embarazada, vamos a tener un hijo. No tengo ganas de complacerla en todos sus antojos ni de contestarle sus llamadas con la emoción debida por que le he dicho te amo y creo que eso es suficiente. Le he llorado infinitas veces para que no termine conmigo, le he arañado todo el cuerpo, aún más adentro, qué más quiere. Sé que estamos más vivos que nunca y que ahora nada podrá separarnos por ese pedazo de mi vida que se escapó para culminar su existencia en esta travesura exabrupta. Quiero que aquel feto sea mujer para aumentar mi colección de muñecas, nada más.
Soy tan joven para ella, mayor por algunos años, que podría alegar que me sedujo indiscriminadamente, que debió preveer las consecuencias de nuestro actos, pero la verdad es que la inocencia no se equipara a la edad y ella a pesar de todo era más inocente que yo. O podría decir simplemente que ambos nos hicimos los tontos. Un niño, un ser que sólo se parecerá a ella o a mí... es un milagro tan cruel.
Qué bueno que sepa que está jodida y que lo asuma con tanta gallardía, por eso la admiro. Primero intentamos deshacernos del problema con pastillas, pero no resultó por que la criatura fue hecha con mucho amor. Andaba ella en la nada hasta que se hizo una ecografía y la doctora le dijo que el corazón de su niño ya estaba latiendo. Esa bendita señal fue la perdición para nuestras vidas. Luego se enteraron los amigos, la familia. El acabose. Ha tenido que dejar los estudios y ahora sólo se dedica a llevar en buenos términos su embarazo. Pero me llama, me pide cosas. ¿Qué puedo hacer yo si ya estoy muerto? El problema es que ella nunca se dio cuenta de lo mucho que la amaba, que nuestros encuentros no eran solamente carnales, mi alma necesitaba un maldito asidero para desenterrarme de este cuerpo transitorio y de ésta vida injusta que hizo que su madre no me quiera por inmerecedero de la joya divina de esa serpiente siciliana. Ciega mi Isabel, ciega y rastrera. Cada vez que me hundía en ella me enterraba un poco más en su dulce cajita, en su sublime útero. Ahora tendrá que atenerse a las consecuencias. Vamos a ser padres, pero más que en eso mi felicidad radica en que volveré a ser hijo, esta vez de la madre que yo escogí. Y quiero ser mujer para cambiar de piel todos los días, renacer desnudo de su útero, besarle sus pechos hermosos para subsistir, que vea mi miembro encogido y transformado en un clítoris inservible y aún así me ame con tal fuerza que se olvide de quien fui en un principio para ella. Y en la primera palabra que pronuncie olvidarnos para siempre.